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21 de noviembre de 2024
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Por Sebastián Martínez
"Che, el argentino": el Guevara que conocemos
1 de enero de 2000
Convengamos en que meterse a saco con una figura de estatura mítica como Ernesto Guevara no es tarea sencilla. Desde su muerte, en la selva boliviana, en 1967, se han hecho varios intentos por llevar su vida a la pantalla grande y quizás el único que ha salido medianamente airoso de la parada ha sido “Diarios de motocicleta”, del brasileño Walter Salles, con Gael García Bernal en el papel del Che y un impecable Rodrigo De la Serna como su amigo y compañero Alberto Granado.

Pero, claro, una cosa es ilustrar los orígenes del Che Guevara, su época inocente, de explorador latinoamericanista conmovido por las desgracias del injusto continente, y otra muy distinta meterse con el revolucionario, con el guerrillero, con el hombre que representaba al Estado cubano. Así que la aproximación que realiza Steven Soderbergh en “Che, el argentino” sobre una de las leyendas más emblemáticas del siglo XX debe, a priori, tomarse con el respeto que imponen las grandes gestas. Recién después de haber reconocido que Soderbergh y compañía se estaban metiendo en un terreno arriesgado y pantanoso, podremos hablar de una película que tiene aciertos y debilidades. Porque, ¿qué es, en definitiva, lo que queremos que nos cuenten sobre el Che Guevara?, ¿que nos gustaría ver y en qué podría cambiar la imagen que ya nos hemos forjado de él, sea para bien o para mal?

Ya volveremos sobre eso. Por ahora, arranquemos con lo formal: el filme intenta retratar la vida del Che desde que conoció en México a Fidel Castro y comenzó a implicarse con la causa cubana hasta que finalmente la guerrilla de la Sierra Maestra logró derrocar al gobierno de Fulgencio Batista y, como el propio Guevara dice en la película, dio inicio a la revolución. Mientras Soderbergh nos cuenta esa historia, aprovecha para mostrarnos otra faceta de Guevara: al Che estadista, al Che funcionario cubano, al Che que se planta en medio de la Asamblea de las Naciones Unidas y le dice al mundo en la cara que la lucha de Cuba es una lucha “a muerte”. El año próximo veremos “Guerrilla”, la segunda parte del proyecto, centrada en la lucha boliviana y veremos cómo sigue esta apuesta.

Una de las principales incógnitas y morbos que despierta este tipo de películas está vinculado con las caracterizaciones. En este caso particular, la pregunta que circula es: ¿qué tal estuvo Benicio Del Toro a la hora de meterse en la piel del revolucionario más venerado del siglo? Y la respuesta es que estuvo estupendo. Se le podrán achacar al Che de Del Toro sólo dos vicios. Por un lado, cierta duda en la entonación de los acentos, aunque habrá que reconocer que no debe resultar fácil ser un portorriqueño criado en Estados Unidos que interpreta a un argentino que vive desde hace años rodeado de cubanos. Por otra parte, por momentos, el espectador nota que Del Toro ya pasó las cuatro décadas de vida, mientras que su personaje en esta etapa apenas había cumplido los 31.

Pero más allá de esos detalles, Del Toro vuelve a mostrar porque puede ser considerado uno de los grandes del Hollywood actual. Y no es sólo él. Demián Bichir se luce en la piel del joven Fidel Castro, mientras que Rodrigo Santoro y Santiago Cabrera no desentonan en sus papeles de Raúl Castro y Camilo Cienfuegos.

¿Qué más puede decirse en favor de esta película? Bueno, Soderbergh es un profesional varias veces probado en las fraguas de Hollywood, con películas tan distintas como “Sexo, mentiras y videos”, “Erin Brocovich”, “Traffic” o “La gran estafa”. No caben dudas de que el hombre sabe contar historias. No es oficio lo que le falta. Aunque, siendo un poco más exigentes, se podría decir que tampoco ha logrado aportar nada demasiado innovador o deslumbrante en sus películas. Por ser severos, podemos decir que los filmes de Soderbergh son correctos, prolijos, claros, explícitos, pero rara vez conmueven desde lo visual.

¿Y qué puede decirse en contra de “Che, el argentino”? En verdad, tampoco es mucho lo que se le puede achacar. Quizás haberse quedado en la superficie del mito, amagando con humanizarlo por momentos, pero volviendo una y otra vez a lo que cualquiera que sepa algo de historia ya sabe sobre Guevara. Que era un idealista, que era un revolucionario, que era inflexible a la hora de castigar las injusticias, que ordenó fusilamientos, que salvó muchas vidas, que quería llevar la revolución a toda América Latina, etc. Pero otorguémosle a Soderbergh el beneficio de la duda. Quizás el problema no sea la película. Quizás el problema es que realmente Guevara fue un hombre sin dobleces, sin dudas, sin contradicciones, si conflictos internos. Es decir, alguien que se transforma en una persona extraordinaria, pero en un personaje algo aburrido. El resultado de esa hipótesis es una película tímida, que cumple, que no entra en polémicas y que, en definitiva, se limita a mostrarnos al Che que ya conocíamos.