Por Sebastián Martínez
"Reyes de la calle": maldita policía
23 de abril de 2008
En 1973, Al Pacino protagonizó “Serpico” y desde entonces dejó inaugurado y, al mismo tiempo, prácticamente clausurado todo un subgénero de películas policiales. Son esas películas en las que la corrupción dentro de las fuerzas del orden ocupan el centro de la escena. Esas películas donde aprendimos hace ya muchos años que cualquier departamento de policía posee una división llamada Asuntos Internos y dedicada a la limpieza de la fuerza puertas adentro.
“Los reyes de la calle” intenta, sin demasiado éxito, renovar este género. Keanu Reeves interpreta a Tom Ludlow, una suerte de icono de la eficacia policial, una suerte de leyenda dentro de las filas del departamento de Los Angeles. Cuando Reeves hace un procedimiento, los delincuentes terminan presos o, más generalmente, muertos.
Y es que lo primero que hay que entender es que Ludlow no es un buen policía. O no es, al menos, el policía que uno querría tener vigilando la cuadra donde uno vive. Más bien, es una especie de gurka que allí donde pone el ojo pone dos o tres balas.
Apenas comienza el filme, vemos a Reeves ingresar a una casa donde tienen secuestradas a dos menores de edad para utilizarlas en la industria pornográfica. Reeves no sólo rescata a las chicas, sino que se carga a media docena de coreanos, estén armados o no, sean amenazantes o no tanto. Y su afición por disparar y luego preguntar lo ponen en la mira del famoso departamento de Asuntos Internos.
Allí es donde empieza a jugar su papel el resto del elenco. Hugh Laurie, conocido alrededor del mundo como Dr. House, es el oficial encargado de seguirle los pasos a Reeves/Ludlow a la espera de que cometa un error y denunciarlo por brutalidad policial. Del otro lado, tenemos a Forest Whitaker, quien interpreta a un ascendente jefe policial que se encarga de “cubrir” el tendal de “sospechosos muertos” que va dejando Ludlow a su paso.
Pero, claro, en una película de Hollywood las cosas no suelen ser lo que parecen. De hecho, el director David Ayer intentará convencernos a lo largo de la película que la costumbre de Ludlow de disparar contra todo lo que se mueva es apenas un mal menor dentro de la policía de Los Angeles. Tratará de argumentar que, en realidad, lo peor no es la brutalidad de los uniformados, sino la corrupción dentro de la fuerza. No se sabe si lo consigue.
A medio camino entre la memorable “Serpico” y las recordadas “Harry, el sucio”, este filme apenas se mantiene a flote apelando a recursos argumentales ya conocidos, con la apoyatura de las actuaciones de Reeves, Whitaker y Laurie. Quizás demasiado poco para pretender conquistar el favor del público, a la espera de los “tanques” de invierno.