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23 de noviembre de 2024
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Por Sebastián Martínez
"El diario de la niñera": lucha de clases en Manhattan
16 de abril de 2008
Pareciera, releyendo las críticas de cine e incluso las promociones de las distribuidoras, que ha nacido un nuevo género dentro del cine: la “comedia inteligente”. ¿Qué es la “comedia inteligente”? Bueno, nadie lo sabe a ciencia cierta, pero se asemeja a aquel tipo de película que no es lacrimógena, pero que tampoco se esfuerza por hacer reir a carcajadas al espectador. Aquellos guiones que transitan el humor, pero apenas rozándolo. Que proponen una reflexión, pero tampoco nada extremadamente cesudo.

Para ponerlo en ejemplos. Las películas de Olmedo y Porcel son “comedias” a secas. Los filmes de los hermanos Farrelly (“Loco por Mary” o “Irene, yo y mi otro yo”) son “comedias” a secas. En cambio, “Gracias por fumar” o “El Diablo viste a la moda” son “comedias inteligentes”. Eso al menos piensan quienes se ocupan del marketing del asunto.

Lo cual nos lleva a “El diario de la niñera”. ¿Es una “comedia inteligente”? Sí, sin dudas. Y en sus dos acepciones. Por un lado, porque encaja a niveles publicitarios en ese estante de la mercadotecnia. Y, por otro, porque es sencillamente una película inteligente.

La cuestión arranca cuando la joven Annie (una vez más la irresistible Scarlett Johansson) termina sus estudios y se gradúa en dos carreras que no parecen tener mucho en común. Por un lado, se transforma en una experta en negocios diplomada. Por otro, recibe su título de antropóloga. La primera carrera la siguió (según nos enteraremos ensguida) por presión de su madre enfermera, que quiere para su niña de clase media un futuro brillante como ejecutiva. La antropología, en cambio, es la vocación de Annie.

Tanta pasión siente Annie por la antropología que toda la película está narrada desde el punto de vista del científico social que estudia al ser humano y a su entorno. Más que “diario”, el filme se propone como un informe. Un informe antropológico. ¿Sobre qué versa ese informe?

Annie, recién salida de la universidad, descubre que los negocios no son lo suyo. Y mientras se pregunta qué hacer con su vida, recibe una inesperada oferta. Una mujer adinerada, de la más alta clase neoyorquina (interpretada por Laura Linney), le ofrece en pleno Central Park que se transforme en la niñera de su hijo Grayer.

Como no tiene mejores opciones, Annie toma el empleo y se muda al Upper East Side de Manhattan. O, para llamarlo de otro modo, al barrio más exclusivo de Nueva York, allí donde tienen sus departamentos los dueños financieros de la ciudad. Con este simple paso, Annie se transforma en Nanny (“niñera” en inglés).

Allí comienza el “informe”, con su detallado estudio de las costumbres de ese curioso grupo social conformado por los ricos, los verdaderamente ricos. “El diario de la niñera” no puede evitar la caída en los estereotipos. El filme, basado en un libro del mismo nombre, tiene todos los ingredientes que uno prevé. El choque de clases, el enamoramiento, la infelicidad de los acaudalados, la crianza “tercerizada” de los niños ricos, el padre ausente (en manos de Paul Giamatti), etc. Pero este pequeño retrato de las diferencias de clase vale la pena a pesar de los estereotipos y no debido a ellos.

Venciendo sus propias limitaciones, finalmente “El diario de la niñera” logra lo que se propone. Contar su historia, ser emotiva, aleccionar un poco torpemente, volver a demostrar la valía de Scarlett Johansson y decir una o dos cosas interesantes y una o dos cosas divertidas. No hay por qué pedirle más.