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Por Sebastián Martínez
"Acorralados" la sensación de ser una víctima
8 de noviembre de 2007
El terrorismo o, más precisamente, los atentados de 2001 han dejado una profunda huella en el inconsciente del estadounidense promedio. Una de los síntomas más visibles de esta marca es la sensación que parece tener ahora cualquier norteamericano de que puede ser víctima de algo terrible sin haber hecho nada para merecerlo.

Esto es más o menos lo que podría pensar un habitante de Nueva Jersey un domingo cualquiera: “Si al portero del World Trade Center, que nunca le hizo mal a nadie, un día se le cayeron dos aviones encima, a mí me puede pasar lo mismo”. Y esa sensación (casi nunca justificable) de inocencia y vulnerabilidad parece dominar los actuales miedos de la Norteamérica profunda.

Ya en 2002, una película protagonizada por Colin Farrell y que en la Argentina se estrenó como “Enlace mortal” daba cuenta de este nuevo conflicto estadounidense. Allí, un hombre dedicado inescrupulosamente a las relaciones públicas ingresaba a una cabina telefónica para atender un misterioso llamado y quedaba en medio de una trampa mortal. Un francotirador lo obligaba a hacer todo lo que ordenara, siempre bajo la amenaza latente de asesinarlo.

En aquel filme, el protagonista no paraba de preguntarse “por qué”. En “Acorralados”, con Pierce Brosnan, Maria Bello y Gerard Butler, pasa exactamente o lo mismo. O casi. Porque, para ser estrictos, el Colin Farell de “Enlace mortal” no era alguien que pudiese ganarse nuestra simpatía (era pedante, mentiroso y superficial), mientras que aquí las víctimas parecen ser absolutamente adorables.

Arranquemos por el principio. Butler (a quien ahora es difícil no verlo al frente de un pelotón de espartanos como en “300”) es un hombre exitoso. Tiene una hermosa esposa, una adorable y pequeña hija, un buen trabajo con grandes chances de crecimiento y una linda casa en los suburbios.

Todo allí parece funcionar maravillosamente. Su mujer, interpretada por Maria Bello (quien también supo ser esposa de Viggo Mortensen en “Una historia violenta”), aparenta estar convencida de que tiene un matrimonio perfecto y hasta la pequeña de la casa se nos presenta como una niña feliz y despreocupada.

Claro que el idilio tiene que romperse para que exista la película. Un día el matrimonio deja a su hija con una niñera nueva, se sube a su camioneta y sale de paseo. Imprevistamente, un hombre sale del asiento trasero y los amenaza con un arma. Ese hombre es Pierce Brosnan, quien tiene la cualidad de cumplir con eficiencia todo tipo de papeles poniendo siempre más o menos la misma cara.

El asunto es que este villano, este sujeto que apunta su pistola contra el feliz matrimonio, es algo excéntrico. Lo primero que les dice es que la nueva niñera es su cómplice y que, con un solo llamado, manda a matar a la niña. Con ese horizonte amenazante, empieza a someter a la pareja a todo tipo de tormentos.
Por poner un ejemplo: los obliga a retirar todo el dinero del banco y luego lo quema. O se sienta a comer en un restaurante caro y les dice: “Tienen una hora para conseguir los 300 dólares con los que debo pagar este almuerzo”. La crueldad de las pruebas irá creciendo a medida que avance la película.

Y, nuevamente, la pregunta que se hacen Butler y Bello cada diez o quince minutos es “por qué”. “¿Por qué a nosotros?, ¿qué quieren de nosotros?”. La película se encargará de responder esa pregunta. Primero con alguna cuota de sorpresa, luego de un modo algo predecible. El público (el argentino, pero especialmente el norteamericano) haría bien en ir acostrumbrándose a la idea de que, pese a algunas raras excepciones, las cosas no suceden simplemente porque sí.