Por Sebastián Martínez
"Invasores": viejos fantasmas, nuevas caras
4 de octubre de 2007
La idea surgió allá por la década del 50. Eran tiempos de posguerra, o mejor dicho, eran tiempos en que comenzaba a calentarse la Guerra Fría. De golpe, para los Estados Unidos el enemigo ya no era el totalitarismo alemán, ni la amenaza japonesa, sino los regímenes comunistas que se alzaban detrás de la Cortina de Hierro. Fueron, según se recuerda, épocas oscuras para los Estados Unidos, tiempos de “caza de brujas”, de persecuciones ideológicas, de restricciones de las libertades.
En ese contexto, el escritor Jack Finney tuvo una idea de gran impacto. Equiparar el comunismo con una enfermedad extraterrestre. La historia que contaba Finney consistía en una suerte de invasión invisible, en la que los seres humanos eran cooptados por un virus que los volvía intelectualmente irreconocibles.
De modo más o menos sutil, el mensaje de Finney era: “Americanos, tengan cuidado. Hay un virus dando vuelta y cualquiera puede ser su próxima víctima. Su hijo, su hermano, usted mismo”. Si ese virus llegaba desde el espacio exterior o desde la Unión Soviética era lo de menos.
Así nació “Los usurpadores de cuerpos”, de 1956, que sería llevada a la pantalla por Don Siegel. Y hay que reconocer que, pese a todo su sesgo paranoico y sus servicios prestados al macartismo, era una gran película. Casi tan buena como su primera remake, aquella que en 1978 protagonizó Donald Sutherland, con los aportes de Leonard Nimoy y Jeff Goldblum.
Todo esto nos deposita en 2007 y en “Invasores”, una nuevo envase para la misma historia que nos vienen contando hace 50 años. Las cosas han cambiado, claro. El mundo no es el mismo y la Guerra Fría es cosa del pasado. El cine también cambió. Ahora, la protagonista de la historia, por ejemplo, es una mujer: la infalible Nicole Kidman.
La cuestión es así. Nicole Kidman es la doctora Carol Bennet, una psiquiatra divorciada, con un hijo pequeño y no del todo decidida a iniciar una nueva relación con un científico amigo que lleva la cara de Daniel “Casino Royale” Craig. Todo transcurre por carriles más o menos normales, hasta que un día una paciente llega al consultorio y le dice: “Mi marido no es mi marido. Ha cambiado. Demasiado”.
El marido de la mujer en cuestión es sólo un caso entre miles, quizás millones de personas que están sufriendo cambios radicales en su conducta. De repente, ya no manifiestan sentimientos, ya no discuten, ya no se enojan, ya no se aman. Han sido “invadidos”, la usurpación de cuerpos ha comenzado. El asunto tiene su costado positivo: ya no hay conflictos, la paz se extiende por el mundo, hay menos pobreza y más armonía. Y tiene, por supuesto, un costado negativo: no se aceptan las individualidades. Todos deben ser “invadidos”, no puede haber alguien distinto.
El argumento de “Invasores” no difiere en mucho del que se vio en los 50 y en los 70. Y, más allá de todas las prevenciones, sigue siendo un argumento fascinante. Algunos detalles son profundamente reveladores. La “infección”, por poner un ejemplo, se concreta mientras las víctimas duermen, o más precisamente, mientras entran en la fase REM, es decir en el momento del descanso en que los sueños son más intensos. Por decirlo de otro modo: el que sueña, pierde.
Es que “Invasores” vuelve a demostrar que una película puede ser muy entretenida y, al mismo tiempo, muy reaccionaria. Así de versátil es el cine de Hollywood.