Por Sebastián Martínez
"Ahora son 13": el patio de las estrellas
2 de agosto de 2007
Para empezar, no está de más recordar que la idea de traer “La gran estafa” al siglo XXI nació como una suerte homenaje al “Rat Pack” de los años 50 y 60, como un tributo a ese grupo de actores multifacéticos que encabezaba Frank Sinatra y que integraban Dean Martin, Sammy Davis Jr. y Peter Lawford, entre otros.
La historia comienza, entonces, allá por 1960, cuando un Sinatra en el apogeo de su éxito se calzó por primera vez el traje de Danny Ocean y protagonizó un filme eficaz, entretenido, taquillero e inteligente. Un filme, por supuesto, sobre una estafa contra un casino.
Cuarenta años más tarde, llegó el homenaje. Pero, ¿cómo rememorar, sin quedarse corto, a ese mítico grupo de actores de los 50? La idea que parece haber predominado entre los productores fue algo que militarmente podría llamarse la creación de un “cuerpo de élite”, futbolísticamente se asemeja al concepto de “seleccionado” y musicalmente podría emparentarse con la formación de las “superbandas”.
Es decir: la idea fue reunir a actores estelares de probada convocatoria, llamar a un director talentoso y versátil, y disponer un guión que permitiese realizar una película que fuese al mismo tiempo llamativa y recaudadora, divertida y plácida.
El resultado lo recordamos todos. En 2001, llegó a la pantalla “La gran estafa” y en ella desfilaban George Clooney, Brad Pitt, Julia Roberts, Matt Damon y Andy García, bajo la experimentada lente de Steven Soderbergh, un director que sorprendió a fines de los 80 con “Sexo, mentiras y video”, que puede hacer rarezas como “Solaris”, despacharse con denuncias en “Traffic” y, al mismo tiempo, complacer a la industria con películas como “Erin Brockovich”.
Previsiblemente, “La gran estafa” se convirtió en un éxito. Por lo tanto, no tardó en llegar la segunda parte, en 2004, cuando Catherine Zeta-Jones se sumaba al “seleccionado” dirigido por Soderbergh. Como el negocio no se ha detenido, 2007 nos trae ahora la tercera parte. Y las conocidas estrellas que encabezan las marquesinas vuelven a estar rodeadas de actores de sólida trayectoria e impecable desempeño como Elliott Gould, Don Cheadle, Carl Reiner o Bernie Mac.
Los frutos de “Ahora son 13” son idénticos a los obtenidos con las anteriores películas de la saga. Las caras también son prácticamente las mismas. En esta oportunidad, Julia Roberts decidió apartarse de la manada, pero para reemplazar tamaña ausencia, los productores convocaron nada menos que a Al Pacino, otro sujeto que ha protagonizado algunas de las películas más memorables de los últimos 30 años y sigue sin rendirse.
La trama, por su parte, repite de un modo calcado el argumento de sus predecesoras. Nuevamente, de lo que se trata aquí, es de estafar al dueño de un casino: es justamente Al Pacino quien ha aparecido como nueva víctima del mejor grupo de timadores de la costa oeste norteamericana.
Habrá que esperar, entonces, nuevos planes (que en algunos casos rozan lo inverosímil), nuevos disfraces, nuevas complicaciones, nuevos pasos de comedia. Y, en definitiva, “Ahora son 13” fluye sin incovenientes durante sus dos horas de metraje, sin que el espectador pueda apenas quejarse de nada.
Porque hay que entenderlo y decirlo de una vez por todas. No hay que tomarse en serio ni esta película ni ninguna de las anteriores de este proyecto. Nadie lo hace. Ni Clooney, ni Pitt, ni Pacino, ni el mismísimo Soderbergh. Todos hacen su trabajo relajadamente, disfrutando del momento, sin mayores pretenciones ni tensiones.
“Ahora son 13” debe ser vista también de este modo. Como dos horas de algunos de los más encumbrados actores de Hollywood divirtiéndose un rato delante de cámaras mientras un guión ya más o menos conocido se desliza por la pantalla. Como si Clooney, Pitt, Damon, Pacino y compañía se juntasen en el patio de la casa a comer un asado y, de paso, hacer una película.
Analizado así, el filme se transforma en una experiencia gratificante. Cualquier actitud cuestionadora, será completamente mal vista dentro de la sala.