Por Sebastián Martínez
"Número 23": Jim, ¿y si lo jugás a la quiniela?
22 de marzo de 2007
El primer dato que hay que incorporar antes de ver esta película es que existe toda una parafernalia conspirativa en torno al número 23. Los cromosomas, el asesinato de Julio César, la muerte de Kurt Cobain, los calendarios egipcios, el eje de la Tierra y prácticamente cualquier cosa puede ser vinculada con esa cifra, pretendidamente cabalística.
Pero, como bien dice Agatha (el personaje que encarna Virginia Madsen en el filme), con cualquier otro número seríamos capaz de aplicar el mismo procedimiento. Sin embargo, esto no parece haber sido un impedimento para que Joel Schumacher (director de “Batman y Robin”, “8 mm” y “Enlace mortal”, entre otras) decidiera rodar una película en torno al bendito 23.
Para protagonizarla (y como consecuencia de “extrañas coincidencias” relacionadas siempre con el mentado número) la elección recayó en Jim Carrey, quien de a poco intenta despegarse de su reputación de comediante hiperexpesivo y se interna en los lindes del drama o el suspenso o el romanticismo. En “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos” lo logró con éxito, en “The Majestic” más o menos, en “Número 23” no parece haber dado un gran paso adelante.
El centro de la trama es ocupado por un libro. Resulta que Carrey es Walter Sparrow, un querible empleado de una perrera, que convive con su esposa Agatha (Madsen) y su hijo Robin (Logan Lerman) en una modélica casa de los suburbios. Todo marcha perfectamente hasta que la persecución de un determinado perro provoca que Walter llegue tarde a una cita con su esposa, y que ésta deba hacer tiempo hojeando un inquietante libro sobre detectives.
Agatha decide regalarle ese libro a Walter, quien empieza a leerlo y a notar curiosas similitudes entre la vida del cínico y duro detective Fingerling (también interpretado por Carrey) y su propia existencia. El misterio que debe descubrir el detective Fingerling en el libro y Walter Sparrow en la vida real es, por supuesto, el engima del número 23. Ambas líneas argumentales tienen su correlato visual
La obsesión de Walter por esa cifra irá creciendo a medida que su salud mental vaya debilitándose, inclinándolo peligrosamente hacia pensamientos del tipo homicida. No vale la pena contar mucho más. Por un lado, para no arruinar los giros argumentales que va tomando la historia. Por otra parte, porque lo que ocurre tampoco es tan interesante.
Ni el enigma del número 23 es tan inquietante, ni la trama del filme atrapa lo suficiente, ni la puesta general en escena de la película despierta ningún tipo especial de admiración, más allá de que no se le pueda achacar ningún tipo de desprolijidad.
“Número 23”, de este modo, naufraga en intenciones. Con un planteo que podría haber dado para mucho más en manos de los guionistas apropiados, termina siendo un trabajo que, si bien no es previsible, tampoco es sorprendente.
Al final, lo único que uno se pregunta es por qué después de tanta obsesión, de tanta alucinada monomanía con el número, Jim Carrey no sale corriendo a la agencia de quinielas más próxima y se juega unos dólares a la vespertina.