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Por Sebastián Martínez
"Borat": una mentira incómoda
7 de febrero de 2007
Arranquemos con una de las tantas advertencias que hay que hacer a quienes hayan pensado, al menos por un momento, en pagar una entrada para ver “Borat”, el filme que batió inesperados récords de taquilla en los Estados Unidos. Toda la película, una mezcla de falso documental, “road movie” cómica y sucesión de cámaras ocultas, destila incorrección política. Muchas veces con mal gusto y casi siempre de modo tal que el espectador no pueda dejar de sentirse incómodo.

Esto no quiere decir que se trate, necesariamente, de una mala película. O para decirlo con mayor precisión, de una película inocua. “Borat” es rara, es revulsiva y es, de tanto en tanto, graciosa. Sus puntos fuertes son también sus debilidades. Su retrato descarnado de la sociedad estadounidense es uno sus pilares. El modo en que lo logra es, por lo menos, cuestionable.

Pero tratemos de organizar el torrente de impresiones que causa esta comedia pseudo documental que lleva a la pantalla el londinense Sacha Baron Cohen, un comediante británico que logró algún éxito (ese tipo de reconocimiento que suele denominarse “de culto”) en la televisión de su país.

Allí, en la pantalla de la TV inglesa, Baron Cohen se apuntalaba en unos pocos personajes. El más conocido de ellos se llamaba Ali G y era una suerte de rapper blanco, que llegó a protagonizar un filme (“Ali G Indahouse”) y que se hizo aún más popular al estelarizar el clip de la canción “Music”, de Madonna.

Sin embargo, con el correr de los años, el personaje de Borat, un inverosímil reportero de Kazajastán, comenzó a ganarse el corazón de los fieles seguidores de Baron Cohen. Fue gracias a esa creciente repercusión obtenida por el personaje de Borat, que a este irreverente actor británico se le ocurrió otorgarle su propio largometraje, cuyo título completo es “Borat: aprendizaje cultural de América para el beneficio de la gloriosa nación de Kazajastán”.

¿De qué trata su película? El reportero Borat y su productor, Azamat Bagatov, parten de Kazajastán hacia los Estados Unidos, donde deberán rodar un documental que sirva al pueblo de su nación a aprender los usos y costumbres del gran país del norte, con la esperanza de que eaas enseñanzas los ayuden a superar las dificultades que lo aquejan.

Una vez en suelo americano, y mientras asiste a desopilantes encuentros y entrevistas sobre el “american way of life”, Borat verá a Pamela Anderson en un capítulo de “Baywacht” y se enamorará perdidamente de ella. Con la obsesión de conquistar a la pulposa rubia y casarse con ella, Borat emprenderá un didáctico viaje a través de la geografía americana, conociendo sus hábitos y, al mismo tiempo, profanando sus más anquilosadas tradiciones.

Pero saber el argumento sirve sólo para enteder la mitad de la sustancia de “Borat”. Porque lo verdaderamente interesante del filme es el modo en que fue realizado. Baron Cohen nunca dio a conocer su verdadera identidad. Llegaba a un sitio (digamos, una asociación feminista, una iglesia pentecostal, una armería o un rodeo) y se presentaba como Borat, periodista de Kazajastán, en misión documental.

Bajo el disfraz de Borat, el comediante se permite decir las cosas más terribles. Vindicar la reducción a la esclavitud de las mujeres, festejar el linchamiento de los homosexuales, interesarse por el genocidio de los gitanos y, sobre todo, manifestar un nivel de antisemitismo exacerbado hasta lo indecible.

Por supuesto que Baron Cohen (él mismo un judío practicante) no cree en ninguna de estas cosas. Por supuesto que toda su intención apunta la sátira y a la puesta al descubierto de los peores prejuicios norteamericanos. Lo relevante aquí es cómo los distintos ciudadanos de los Estados Unidos que cruza durante su periplo apoyan o, por lo menos, no censuran las tremendas opiniones de Borat sobre el mundo.

Al encontrarse con un documentalista de un país ignoto, de gestos ridículos y un nivel de producción básico, los entrevistados optan: unos pocos se ofenden y no aceptan seguir adelante con la nota, pero la mayoría no tarda en soltarse y sumarse a las más denigrantes afirmaciones de Borat.

Por sólo poner un ejemplo, mencionemos una escena en que Borat entra a una armería y pregunta: “¿Qué arma me recomienda para matar un judío?”. El encargado del negocio, lejos de escandalizarse, responde impávido: “Yo le recomendaría una 9 mm o una 45”.

Esas revelaciones que logra Baron Cohen son el trofeo más vistoso de esta película. El modo en que las obtiene y la manera en que las muestra son materia de otro análisis, en el que no siempre sale tan bien parado. Para empezar, el comediante debería preguntarse: ¿por qué fue tan exitosa su película en los cines de los Estados Unidos, ese país que tan crudamente disecciona?