Por Sebastián Martínez
"La dama del agua": cuento infantil y pesadilla
22 de agosto de 2006
Dicen que todo comenzó cuando el director M. Night Shyamalan, nacido en la India pero radicado desde hace muchos años en los Estados Unidos, inventó un universo de fantasía para contarle historias a sus hijos a la hora de dormir. Esas “bedtime stories”, como acostumbran a llamarlas los norteamericanos, fueron el germen fundacional de “La dama del agua”, el nuevo trabajo de este particular creador, que no siempre acierta, pero todo el tiempo sorprende.
La carrera de Shyamalan es más o menos conocida. Tras probar suerte con dos largometrajes que pasaron inadvertidos (“Rezando con furia” y “Bien despierto”), alcanzó el éxito mundial en 1999 con “Sexto sentido”. Todos recuerdan aquella historia de fantasmas y sus dos marcas indelebles: un final sorprendente y una de las frases más famosas del cine actual, pronunciada por un precoz Haley Joel Osment que veía “gente muerta”.
Una vez en la cima, Shyamalan volvió a convocar a Bruce Willis para protagonizar “El protegido” (2000), un sencillo homenaje a la imaginería del cómic clásico, sazonada con crisis matrimoniales y miradas infantiles “a la Spielberg”. No fue tan festejada como “Sexto sentido”, pero nadie podía negarle al realizador indo-americano su talento para la creación de climas y tramas actractivas.
“Señales” (2002), su siguiente apuesta, tampoco tuvo el éxito que se esperaba, pese a que las figuras de Mel Gibson y Joaquin Phoenix enfrentando a tímidos extraterrestres parecían garantizar cierto piso de taquilla. Fue entonces que Shyamalan regresó a lo que mejor sabe hacer. Con “La aldea” volvió a sorprender mezclando otra vez sus ingredientes más personales. Un clima de incertidumbre, algunos destellos de terror y un final inesperado. Lo que podemos considerar, a estas alturas, un “Shyamalan auténtico”.
Ahora, dos años más tarde, el indio más famoso de Hollywood vuelve a pegar un golpe de timón. “La dama del agua” no es más de lo mismo. Es otra cosa. Hay más suspenso que miedo, hay más ternura que incertidumbre y hay mucha, pero mucha fantasía. Como corresponde a todo cuento para dormir a los niños.
Por supuesto que los niños que se duerman con esta historia podrían sufrir pesadillas. De lo que se trata para los protagonistas de “La dama del agua” es de descifrar qué es exactamente lo que está sucediendo, qué angustiante rol debe cumplir cada uno de ellos en la trama y, mientras tanto, resolver cómo evitar los feroces ataques de las bestias pseudo-mitológicas que acechan la consecución de un final feliz.
Paul Giamatti (quien participó en más de 40 películas pero sigue lejos de ser una figura famosa) es aquí Cleveland Heep, el encargado de un condominio que ve surgir de la pileta de natación del edificio a una misteriosa joven que dice venir de otro mundo. Un mundo acuático. Por qué esta chica del agua (Bryce Dallas Howard, la misma que era ciega en “La aldea”) aparece en los suburbios de Filadelfia, qué debe hacer antes de regresar a su lugar y cómo pueden ayudarla los pintorescos habitantes del condominio es lo que Shyamalan se propone contar en poco menos de dos horas.
Como se hace evidente, la propuesta de “La dama del agua” requiere cierta especial predisposición del espectador. Quien se siente frente a la pantalla con un mínimo de espíritu escéptico, no podrá más que salir defraudado. Quien se ponga a reflexionar un segundo acerca de cómo es posible que una leyenda infantil no tradicional terminó convertida en una fábula de suspenso, es probable que se sienta decepcionado.
El director le pide aquí a su público que, al menos durante 110 minutos, suspenda de un modo radical su incredulidad y se entregue de lleno a la ficción. Que acepte que existe un mundo bajo el agua, y ninfas llamadas “narfs”, y cancerberos llamados “scrunts”, y primates llamados “tartutics”, y que todos ellos conforman un ecosistema fantástico con reglas verosímiles y algún interés para los meros humanos.
Sólo así “La dama del agua” y el extrañamiento que produce el cruce entre ilusión y realismo tienen chances de funcionar. Y si ni siquiera de ese modo funciona, entonces sí, recién entonces, los espectadores pueden sentirse con derecho a pedirle a Shyamalan que entienda que no todos somos niños que están a punto de dormirse.