Por Sebastián Martínez
¡Dios salve a Jack Sparrow! Llegó “Piratas del Caribe”
19 de julio de 2006
¿Qué tienen los piratas como para despertar en el siglo XXI una ola de empatía tan contundente? Crueles mercenarios al servicio de sus propias arcas, estos azotes de los mares no eran precisamente modelos a imitar. Sin embargo, si ahondamos un poco más en los libros de historia, veremos que no nacieron de un repollo. Su antecedente inmediato fueron los corsarios, aquellos beligerantes marinos independientes que eran financiados por los imperios (Francia, Holanda, pero esencialmente Inglaterra) para apoderarse de los excedentes que España extraía de la rica América. La avaricia dio el siguiente paso y los hizo traicionar las banderas a las que servían para enarbolar la calavera cruzada por fémures.
Al “independizarse” de los reinos europeos y transformarse en “cuentapropistas”, los piratas pasaron a representar un modelo héroe que fue inmediatamente usufructuado en los relatos (orales y escritos) y que cuenta entre su numerosa descendencia de personajes “fuera de la ley” a la afamada figura del “renegado” norteamericano, pero también a nuestro propio desertor, el emblemático Martín Fierro.
Es quizás esta ambigüedad y esta rebeldía la que nos entusiasma de los piratas. Han traicionado, nadie lo pone en cuestión, pero han traicionado a imperios comerciales que no se caracterizaban justamente por su sentido de la piedad. El enemigo de los piratas, al menos de aquellos que se transformaron en mito, no era el habitante de América, ni siquiera el representante de la Corona española, sino la Compañía de las Indias Occidentales, nave insignia del naciente capitalismo británico.
Todo este largo rodeo histórico viene a cuento únicamente para explicar una de las tantas razones por las que “Piratas del Caribe: el cofre de la muerte” nos deja adheridos a la butaca durante más de dos horas y media, y luego nos expulsa a la calle con la sensación de haber vivido nosotros mismos una estimulante aventura, Por supuesto, que el magnetismo histórico de los piratas no es la única virtud de esta película. También está su ritmo, su humor, su desenfado y, por sobre todas las cosas, su protagonista: el Capitán Jack Sparrow.
Porque sin Jack Sparrow, esta segunda parte de “Piratas del Caribe” sería “apenas” una historia entretenida y costosa, una suerte de cruza entre “Capitán de Mar y Guerra” y “Scooby Doo”. Un digno intento por reflotar las películas de bucaneros y tesoros ocultos, sumándole la aparición de algunos fenómenos sobrenaturales. Pero esta película dirigida por Gore Verbinski (“La llamada”, “Piratas del Caribe: la maldición del Perla Negra”) y producida por el influyente Jerry Bruckheimer (“Flashdance”, “Top Gun”, “Pearl Harbour”) se eleva a lo más alto del género de aventuras. Y lo logra gracias al magnífico pirata que Johnny Depp ha transformado ya en un personaje legendario.
En la primera parte de la saga (“Piratas del Caribe: la maldición del Perla Negra”), Depp ya demostraba que estaba naturalmente dotado para dar vida a este anti-héroe de los mares cálidos. Pero en este segundo capítulo, lo suyo queda definitivamente grabado en la historia del cine de entretenimiento. Debajo de sus aros y su maquillaje, Depp encarna toda aquella ambigüedad histórica y factual con la que definíamos a los piratas más arriba. Es amoral sin ser malévolo, es mujeriego y al mismo tiempo afeminado, es cobarde y simultáneamente aventurero, puede ser mezquino y sin embargo respira grandeza. Como si fuese poco, su acento (vale la pena verla en su idioma original) es indiscernible.
Al lado de este personaje gigante, el resto queda opacado y se limita a cumplir con su parte para que la historia avance donde la dejamos justo cuando terminó el primer hito la saga. Lord Cutler Beckett (interpretado por Tom Hollander) llega ahora a las Antillas con una orden de arresto y ejecución contra Will Turner (Orlando Bloom) y su prometida Elizabeth Swann (Keira Knightley), que van a casarse pese a las admoniciones del padre de la novia, el gobernador Weatherby Swann (Jonhatan Pryce). Sin embargo, el intrigante enviado del Imperio está dispuesto a olvidar las ofensas contra la Corona de la pareja de enamorados, si encuentran a Sparrow y le traen algo que él ambiciona más que ninguna otra cosa: la clave para encontrar y abrir “el cofre de la muerte”. A partir de allí, y durante 150 minutos, el encadenamiento de acción será irrefrenable y, tal como sucedía en la primera parte, lo fantástico no quedará fuera del argumento.
Para cerrar, dos aclaraciones útiles. Primero: es recomendable no abandonar la sala apenas comienzan los títulos; hay una escena más que espera al final del rollo. Segundo: “El cofre de la muerte” comienza donde termina “La maldición del Perla Negra” y termina donde empezará el año próximo “En el fin del mundo”, la tercera parte de la saga. Quien se siente en la butaca esperando un final cerrado, que pierda las esperanzas. Todavía hay “Piratas del Caribe” para rato. ¡Larga vida al Capitán Jack Sparrow!