Columna publicada por Joaquín Morales Solá en La Nación.
Una constatación surge de la actual y tensa relación entre el Gobierno y el sector rural: los dos están llegando a los umbrales del diálogo sin haber creado el clima de los que quieren dialogar. Funcionarios y ruralistas parecen sentirse mucho más cómodos en la beligerancia y la confrontación que en la gimnasia de conversar. Todo eso no dejaría de ser la entretenida crónica de una reyerta si no fuera, al mismo tiempo, la narración de un conflicto clave para la recuperación económica.
El Gobierno no se olvidó de ninguno de los vicios que malgastaron todas las oportunidades que tuvo para resolver el mayor problema con el que lidiaron los Kirchner desde que llegaron al poder.
Los líderes del campo priorizan, por su parte, lo que ellos consideran triunfos políticos, que los obtuvieron, en detrimento de la solución real a sus dificultades concretas.
Es cierto que tuvieron una clara victoria parlamentaria hace un año, cuando desempató en el Senado el vicepresidente Julio Cobos, pero es menos claro que hayan alcanzado el 60 por ciento de los votos el 28 de junio, como ellos aseguran. Aun cuando todas esas especulaciones fueran ciertas, ¿de qué les sirven a los productores los triunfos políticos si no consiguieron todavía las soluciones económicas?
El Gobierno, a su vez, se regodea con las reincidentes venganzas administrativas contra los campesinos. Dificulta las exportaciones, mantiene el mismo nivel de retenciones de las buenas épocas de la economía internacional y ni siquiera tomó nota de la histórica sequía que se abatió sobre el fértil campo argentino. Consumada la revancha, ¿qué provecho sacaron los gobernantes, más allá de la pobreza de esas pasiones, si lo único que lograron es debilitar la recaudación fiscal, condenar al interior a la parálisis y malquistarse a la vez con los habitantes de los centros urbanos y con los que viven en el campo?
Conservar a Guillermo Moreno y a Ricardo Echegaray en el Gobierno, mientras los funcionarios intentan dialogar con los productores agropecuarios, es un contrasentido, casi una perversión de la lógica. Es el método del que carga un revólver en la cintura cuando se sienta a conversar. Moreno destruyó la industria cárnica argentina y mandó al país a la última fila de los exportadores de carne del mundo. El extravagante secretario de Comercio está a punto de conseguir que la Argentina termine importando trigo. Es el autor, obediente y convencido al mismo tiempo, de una política que olvida la historia y la construcción de un país.
El filtro
Echegaray ha hecho del Oncca el filtro de las exportaciones agropecuarias. Ha creado tal cantidad de requisitos para exportar, y ha eliminado de tal manera todas las vías rápidas para hacerlo, que hubiera sido preferible la decisión directa de prohibir algunas comercializaciones de granos y carnes en el exterior. El denso manto de trabas burocráticas se ha prestado también a prácticas corruptas o, por lo menos, se han creado las condiciones para ello. Ya a cargo de la agencia de recaudación impositiva, la AFIP, Echegaray convirtió la obligación de todo Estado de cobrar impuestos en una persecución política a los campesinos.
Moreno y Echegaray son ejemplos, prácticos y no simbólicos, pero sólo ejemplos; no son los únicos exponentes de una política agresiva contra la producción agropecuaria, en la que se mezclan la voracidad fiscal y una ideología pasada de moda.
En la vereda de enfrente, las cosas no están mejor. El mismo día que el Gobierno convocó al diálogo, los principales dirigentes agropecuarios hicieron en el predio de la Rural un acto político de inclemente oposición. Hablaron mal de los Kirchner, del jefe de Gabinete y hasta del gobernador Daniel Scioli, que 48 horas antes los había sorprendido con su inesperada presencia en la exposición rural. Quizás el primer dato de que el Gobierno se notificó de su derrota y de su debilidad haya sido el hecho de que no levantó la reunión prevista para el viernes después de aquella hordalía de detracciones. Cristina Kirchner se limitó ayer a pedir "serenidad y racionalidad" en las negociaciones en una obvia referencia, aunque no explícita, a los líderes rurales.
Controlar a las bases
Es cierto que los dirigentes agropecuarios debieron hablar en un acto lleno de productores ofendidos. Pero, ¿no es requisito de todo dirigente saber controlar de antemano a sus propias bases? En todo caso, ¿para qué convocarlas si sabían que no podrían controlarlas? ¿Para qué nombrar a funcionarios que provocarían, como provocaron, el abucheo y el agravio? ¿Para qué, en última instancia, pasar de la condición de ofendidos a la de ofensores? ¿Qué rédito político esperaban sacar de esa mutación de roles?
Podrán decir que 16 meses de conflicto, desde marzo del año pasado, han creado un ánimo antikirchnerista insoslayable entre los productores rasos. No carecen de razón. Sin embargo, el diálogo más necesario y fructífero debe darse precisamente entre los que estuvieron enfrentados, entre los adversarios y los disidentes. Un diálogo entre amigos coincidentes es sólo la rutina de un momento grato y nada más.
En cambio, el encuentro entre diferentes requiere del clima propicio, de la ausencia de condiciones y, también, del olvido, aunque fuere pasajero, de las ofensas del pasado. Los líderes -y no las bases- son los que están obligados a cumplir el breviario de los dialogantes. Como se ve, ni el Gobierno ni los ruralistas caminan hacia el inminente encuentro con el ánimo de los que buscan los acuerdos; siguen más cerca de la ruptura.
La política ha sido más flexible y comprensiva. No sin ciertas críticas, y aun con evidentes escepticismos, los dirigentes políticos opositores han contribuido al diálogo más que los funcionarios y que los ruralistas. Desde el radicalismo hasta el peronismo disidente, pasando por el propio Mauricio Macri, han abierto una expectativa y no han expresado palabras imborrables. ¿Carecen ellos de agravios por parte del oficialismo? No. El radicalismo le debe al kirchnerismo nada menos que la partición del histórico partido.
El gobierno lo mezcló a Francisco de Narváez con jueces y con causas judiciales y a Macri lo condenó a vivir a pan y agua como jefe de la administración de la Capital. Los argentinos suplicaron una tregua en las últimas elecciones, pero ninguna tregua es duradera cuando se la impone desde la barricada o la diatriba, desde la amenaza o la represalia.